martes, 7 de diciembre de 2010

CAMINANDO SOBRE EL SOL


Un pequeño científico en cierne, que lleva anteojos gruesos y mira mucho la tele, dice, un día, a un anciano muy encorvado quien había dedicado su vida a la investigación científica:

- Hoy día, profesor, gracias a la ciencia y a la tecnología, nada es imposible. Ya el hombre exploró la luna, ¡seguro que pronto va a caminar sobre el sol!

El viejo profesor se endereza ligeramente, se limpia un poco la garganta, fija sus ojos sobre el pequeño de anteojos gruesos y le responde en forma bonachona:

- No creas, joven amigo, que sería una hazaña muy grande, pues ya estás caminando sobre el sol.

- ¿Yo?, replica el niño asombrado. Señor profesor, yo no estoy sobre el sol sino sobre la tierra. La tierra está a 150 millones de kilómetros del sol, y el sol es un horno tremendamente caliente.

Enarbolando la más suave sonrisa, el anciano responde:

- Estar sobre la tierra, muchacho, ya es tener los dos pies sobre el sol, porque has de saber que la tierra no es más que un gran pedazo de sol. Fíjate en el fuego que escupen las chimeneas de los volcanes; este fuego revela la verdadera naturaleza de la tierra. Muchos creen que la tierra es sólo una masa de suelo, piedras y agua e ignoran que antes que nada es una masa de fuego. Esta masa de fuego se separó del sol hace muchísimo tiempo. Con el tiempo su superficie se enfrió y endureció, pero, en su centro, sigue ardiendo con extrema violencia al mismo tiempo que va girando en torno al sol como un bebé panda en torno a su mamá. Vivimos sobre una estrella, mi querido niño.

- ¡Vivo sobre una estrella, y yo no lo sabía!..., exclama el niño abriendo unos ojos inmensos detrás de sus espejuelos.

- ¡Eso mismo, mi querido niño! Estás viviendo sobre una estrella, repite el profesor acariciando la cabeza del muchacho. Y puesto que no podrías existir sin el sol y sin la tierra, yo añadiría que tú eres un hijo del sol y de la tierra y una estrella como ellos.

- ¿Yo, una estrella?, exclama el niño aún más asombrado.

- ¡Oh sí, una pura estrella! ¡Y mucho más que una estrella!, le retruca el profesor cargando las tintas. El día en que descubras que la realidad siempre sobrepasa en gran medida todo lo que tu cerebro puede percibir, ese día, comenzarás a quedar deslumbrado por la maravilla que tú eres. Ciertamente, la ciencia y la tecnología están descubriendo grandes cosas sobre las estrellas, pero ellas mismas no son ni serán jamás estrellas. Pueden explorar el interior del cuerpo humano y con una sola de sus partículas clonar otro cuerpo humano, sin embargo, ellas nunca podrán inventar un solo átomo de vida, o la menor parcela de amor. Nunca podrán penetrar el secreto que tienes escondido en lo más profundo de tu ser, allí donde brilla el maravilloso sol que eres. Por ello, ante los más grandes prodigios de nuestros laboratorios e industrias, siempre se podrá lamentar, junto con Confucio, el que se tenga ojos y no se vea el monte Tai.

El profesor hubiera podido cerrar la conversación con esa sentencia altisonante, pero no puede frenar su deseo de añadirle esta otra:

- La ciencia, mi joven amigo, dará pasos agigantados de progreso para el bien de la humanidad sólo cuando se acuerde de que no son los ojos los que crean la luz, sino la luz que crea los ojos.

Dicho esto, el profesor se retira, dejando a nuestro pequeño científico en cierne completamente aturrullado. Que el ser humano sea más grande que la ciencia y la tecnología es una novedad absoluta para él. Y por primera vez de su vida, se pone a pensar que nadie debería aspirar a llegar a ser un gran científico si, al mismo tiempo, no busca sinceramente convertirse en un sabio. En su pequeña cabeza chispeante de inteligencia, ya puede prever que a fuerza de exaltar la ciencia a costa de la sabiduría, los humanos de nuestro tiempo corren el gran riesgo de transformarse, sin darse demasiada cuenta, en robots de su ciencia y tecnología, y quizá incluso en esclavos de los que ya dejaron sobre la luna el rastro de sus pasos.

Soñar con caminar sobre el sol no es tan tonto después de todo, piensa nuestro pequeño científico ahora vuelto sabio en cierne, basta saber que es necesario comenzar inmediatamente a tomar un mayor cuidado de nuestra tierra, que es como la niña de los ojos del sol, y a preocuparse seriamente de la miserable suerte de los innumerables terráqueos que no tienen todavía su propio espacio para vivir contentos bajo ese mismo sol.

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